OFICIAL COMPRA | OFICIAL VENTA |
---|
20/04/2025
Cuál fue el libro en el que se inspiró Mel Gibson para el guion de La Pasión de Cristo

Fuente: 1745124963
Además de los Evangelios, que son muy parcos en algunos tramos de la historia, el director recurrió a otro texto, basado en revelaciones de una mística del siglo XVIII volcadas en un relato muy gráfico de la Semana Santa
>Ana Catalina Emmerich (s.XVIII) aseguraba haber “visto” la Última Cena, la traición de Judas, el arresto de Jesús en el jardín de Getsemaní, su comparecencia ante el Sanedrín, Herodes y Pilato, la flagelación, el camino al Gólgota, la crucifixión y muerte. Y lo describe todo con muchos detalles que aparecen en la exitosa película.
Gibson se inspiró entonces en buena medida en el texto de Emmerich y presenta una María que el licenciado Pablo Marini, autor de Redimidos, un libro sobre la película La Pasión de Cristo, describe como “equilibrada”, porque “no es ni la Virgen llorona mexicana, al borde del desmayo, ni tampoco la Virgen impávida o hierática de una estampita; es una Virgen en tensión permanente, en comunicación con el Hijo”. Y la única consciente, además de Jesús, de lo que va a suceder.
La beata alemana Ana Catalina Emmerich nació el 8 de septiembre de 1774 en el seno de una familia campesina muy piadosa. Ingresó a un convento agustino a los 28 años. Desde niña tenía la certeza de que hablaba con Jesús, lo veía, y era testigo de su apostolado.En 1812 un estado agudo de debilidad la dejó postrada y empezó a tener estigmas, marcas similares a las de Cristo en su calvario, por eso en muchos de sus retratos aparece con la cabeza vendada.En el año 1819, enviaron al poeta Klemens Brentano a visitarla; ella le transmitió sus revelaciones a las que él dio forma de libro: “La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo de acuerdo a las Meditaciones de Anne Catherine Emmerich”.
Se trata de un relato muy detallado y sobre todo muy gráfico de lo que hoy llamamos la Semana Santa, que comienza con la decisión de Jesús de ir a Jerusalén a celebrar la Pascua con los discípulos y concluye con su resurrección. Ana Catalina Emmerich asegura que “ve” los sitios que recorre Cristo, y también otras personas en situaciones en las que no aparecen en los Evangelios pero que bien podrían haber sucedido como ella las relata. Es decir, alguien preparó la cena para Jesús y los 12 -búsqueda del lugar, elaboración de la comida, servicio-. ¿Dónde estaba María, la madre de Jesús, en esa víspera de la crucifixión? ¿Dónde María Magdalena? No podían estar muy lejos puesto que ambas aparecen al pie de la cruz y luego en el sepulcro.Todo eso lo “ve” y describe Emmerich.La crucifixión es descrita paso a paso, con una crudeza que incluye los tironeos y hasta las dislocaciones necesarias para hacer coincidir el cuerpo con los soportes de la cruz, en un párrafo tan duro de leer como duras eran de ver las escenas de La Pasión.
Luego de la muerte de Jesús, en el relato de Emmerich sigue una descripción de la escena que es clásica en el arte, la de María con el cuerpo de su hijo sobre el regazo: “Nicodemus y José pusieron las escaleras detrás de la cruz, subieron y arrancaron los clavos. En seguida descendieron despacio el santo Cuerpo, bajando escalón por escalón con las mayores precauciones. (...) ...como si hubiesen temido causar algún dolor a Jesús”. Y sigue: “Habiendo descendido el santo Cuerpo, lo envolvieron y lo pusieron en los brazos de su Madre, que se los tendía poseída de dolor y de amor. Así la Virgen Santísima sostenía por última vez en sus brazos el cuerpo de su querido Hijo, a quien no había podido dar ninguna prueba de su amor en todo su martirio…”Desde que se estrenó el film (2004), Pablo Marini, docente con 30 años de experiencia en universidades católicas en las materias Teología, Filosofía y Ética, ha dado charlas sobre el film en las que lo analiza desde el punto de vista cinematográfico y teológico y lo considera un instrumento de evangelización.En el libro que acaba de publicar, Redimidos, hace una revisión pormenorizada de los personajes de La Pasión. Los divide entre hombres y mujeres porque, como dijo en una entrevista con Infocatólica, “es obvio que Gibson presentó esos bloques muy bien diferenciados”.“En contraste, las figuras masculinas -excepto Jesús, como es obvio-, en general, no salen bien paradas: brutalidad, crueldad, son comunes en muchos de los personajes; cobardía, indecisión, dudas, traición en otros; odio, ofuscación, ceguera en varios más”.
Pero agrega otra interesante categoría de personajes cuya característica es “la indiferencia frente a la verdad”. Es el caso de Pilato y Herodes. Hay una escena muy significativa en la que la esposa de Pilato le dice a su marido: “Si no quiere oír la verdad nadie te la puede decir”.Las revelaciones de Emmerich
El relato de la Beata completa el texto bíblico. Por ejemplo, según los Evangelios, Jesús pidió a dos de sus discípulos que se adelantaran para ir preparando la cena que sería la última. Emmerich dice: “Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén”.Según Emmerich, Jesús le habló también a su Madre sobre el discípulo que lo traicionaría. “Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con el pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos”.ALGUNOS EXTRACTOS DEL LIBRO DE ANA CATALINA EMMERICH
Jesús avisa a los discípulos que uno de ellos lo traicionaráLos Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: “Señor, ¿soy yo?”, pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras.
Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: “Señor, ¿quién es?”. [...] Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: “Este a quien le doy el pan que he mojado”. Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo… [...] Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.
La inquietud de los amigos de Jesús ante el rumor de que será atacado(La Virgen Santísima) tenía un vivo deseo de acercarse a Jesús, y pidió a Juan que la condujera cerca del sitio donde Jesús sufría. Juan, que no había dejado a su divino Maestro más que para consolar a la que estaba más cerca de su corazón después de Él, condujo a las santas mujeres a través de las calles, alumbradas por el resplandor de la luna. Iban con la cabeza cubierta; pero sus sollozos atrajeron sobre ellas la atención de algunos grupos, y tuvieron que oír palabras injuriosas contra el Salvador. La Madre de Jesús contemplaba interiormente el suplicio de su Hijo, y lo conservaba en su corazón como todo lo demás, sufriendo en silencio como Él. Al llegar a la casa de Caifás, atravesó el patio exterior y se detuvo a la entrada del interior, esperando que le abrieran la puerta. Esta se abrió, y Pedro se precipitó afuera, llorando amargamente. María le dijo: “Simón, ¿qué ha sido de Jesús, mi Hijo?”. Estas palabras penetraron hasta lo íntimo de su alma. No pudo resistir su mirada; pero María se fue a él, y le dijo con profunda tristeza: “Simón, ¿no me respondes?”. Entonces Pedro exclamó, llorando: “¡Oh Madre, no me hables! Lo han condenado a muerte, y yo lo he negado tres veces vergonzosamente”. [...]
Vi a la Virgen Santísima en un éxtasis continuo durante la flagelación de nuestro divino Redentor. Ella vio y sufrió con un amor y un dolor indecibles todo lo que sufría su Hijo. [...] La cara de la Virgen estaba pálida y desencajada, sus ojos colorados de las lágrimas. No puedo expresar su sencillez y dignidad. Desde ayer no ha cesado de andar errante, en medio de angustias, por el valle de Josafat y las calles de Jerusalén, y, sin embargo, no hay ni desorden ni descompostura en su vestido, no hay un solo pliegue que no respire santidad; todo en ella es digno, lleno de pureza y de inocencia. María mira majestuosamente a su alrededor, y los pliegues de su velo, cuando vuelve la cabeza, tienen una vista singular. Sus movimientos son sin violencia, y en medio del dolor más amargo, su aspecto es sereno. [...]La dolorosa Madre de Jesús había salido de la plaza después de pronunciada la sentencia inicua, acompañada de Juan y de algunas mujeres, había visitado muchos sitios santificados por los padecimientos de Jesús; pero cuando el sonido de la trompeta, el ruido del pueblo y la escolta de Pilatos anunciaron la marcha hasta el Calvario, no pudo resistir al deseo de ver todavía a su Divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar: se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle, donde entró la escolta después de la primera caída de Jesús; era, si no me equivoco, la habitación del sumo pontífice Caifás. Juan obtuvo de un criado o portero compasivo el permiso de ponerse en la puerta con María y los que la acompañaban. [...] María oró, y dijo a Juan: “¿Debo ver este espectáculo? ¿Debo huir? ¿Podré yo soportarlo?”. Al fin salieron a la puerta. María se paró, y miró; la escolta estaba a ochenta pasos; no había gente delante, sino por los lados y atrás. Cuando los que llevaban los instrumentos de suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: “¿Quién es esa mujer que se lamenta?”; y otro respondió: “Es la Madre del Galileo”. Los miserables al oír tales palabras, llenaron de injurias a esta dolorosa madre, la señalaban con el dedo, y uno de ellos tomó en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la cruz, y se los presentó a la Virgen en tono de burla. María miró a Jesús y se agarró a la puerta para no caerse. Los fariseos pasaron a caballo, después el niño que llevaba la inscripción, detrás su Santísimo Hijo Jesús, temblando, doblado bajo la pesada carga de la cruz, inclinando sobre su hombro la cabeza coronada de espinas. Echaba sobre su Madre una mirada de compasión, y habiendo tropezado cayó por segunda vez sobre sus rodillas y sobre sus manos. María, en medio de la violencia de su dolor, no vio ni soldados ni verdugos; no vio más que a su querido Hijo; se precipitó desde la puerta de la casa en medio de los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado, y se abrazó a Él. Yo oí estas palabras: “¡Hijo mío!” – “¡Madre mía!”. Pero no sé si realmente fueron pronunciadas, o sólo en el pensamiento [...].
María y las santas mujeres van al CalvarioAl pie de la cruz
Las tinieblas aumentaban, y la cruz fue abandonada de todos, excepto de María y de los caros amigos del Salvador. [...] María pedía interiormente que Jesús la dejara morir con Él. El Salvador la miró con una ternura inefable, y volviendo los ojos hacia Juan, dijo a María: “Mujer, este es tu hijo”. Después dijo a Juan: “Esta es tu Madre”. [...] En tales visiones se perciben muchas cosas, y con gran claridad que no se hallan escritas en los Santos Evangelios. Entonces no parece extraño que Jesús, dirigiéndose a la Virgen, no la llame Madre mía, sino Mujer; porque aparece como la mujer por excelencia, que debe pisar la cabeza de la serpiente, sobre todo, en este momento en el que se cumple esta promesa por la muerte de su Hijo. También se comprende muy claramente que, dándola por Madre a Juan, la da por Madre a todos los que creen en su nombre y se hacen hijos de Dios.
Fuente: 1745124963